21 Octubre 2011, 11:41 AM
Vivencias cotidianas de allí y aquí
Escrito por: Aida Trujillo Ricart (https://aidatrujillo.wordpress.com/)
Cabarete, cinco días seguidos sin agua
Ávida, como estaba, por beneficiarme del disfrute de tener agua corriente en casa, el otro día cometí un pequeño error que me acarreó, sin otras consecuencias, a Dios gracias, más trabajo del que normalmente tengo.
Con algo de ropa enjabonada, dejé abierta la llave del lavamanos, para, a continuación, aclararla. Olvidé que, por fin, ya había vuelto y conseguí, sin querer, como es obvio, inundar, en grado menor, parte de mi vivienda.
Aquí, en Cabarete, llevábamos, desde el viernes, sin que el líquido elemento llegase a nuestras casas, debido, supuestamente, a una avería muy grave.
Esto, empero, no impidió que, a los operarios que debían reparar el detrimento, se les concediese su descanso dominical, ni se les sustituyese por otros. Ante situaciones como esta, en un país en donde la mayor parte de los comercios abre los domingos, el asunto, llamó mi atención.
Señores, me decía a mí misma, en voz alta, ¡esto no se trata de comprarse un vestido ni un perfume! ¡Este problema es vital e imprescindible para mantener la higiene y evitar enfermedades! Pero, claro, nadie podía oírme, y creo que, de haberlo hecho, tampoco me hubiese escuchado, que no es, aunque pueda parecerlo, lo mismo.
Como sabemos, el mal funcionamiento de los servicios sanitarios son algunas de las razones por las que las enfermedades que se transmiten por el agua siguen siendo un problema de salud importante en los países en desarrollo.
El día anterior, lunes, algunas gotas comenzaron a brotar, tímidamente, de los grifos de las casas bajas. Colmada de paciencia, la gente aprovechó para recogerlas en cubetas, o en cualquier otro recipiente.
La contaminación, con sus consabidas consecuencias, estaba garantizada si la situación no cambiaba.
Se produjo, además, un exceso de adquisición y consumo de sustancias tóxicas, como lo son el ácido muriático, el cloro, el amoniaco, etc. cuyo fin era intentar el preservarnos de posibles y peligrosas enfermedades.
No considero necesario el nombrar los lugares de más riesgo en los hogares, en donde se fueron acumulando dichas sustancias corrosivas, cuyos efluvios tampoco son, precisamente, saludables.
Como vivo en un segundo piso, y aquí no subía ni una sola gota, me vi obligada a comprar varios botellones de agua potable, con el fin de poder ocuparme de mi higiene personal. De todos modos, la de la llave, o grifo, no se puede beber.
Podrán imaginar que la utilicé para darme lo que, popularmente, se llama “un lavado de gatos” y para proceder al necesario, y diario, cepillado de dientes.
Tuve que utilizar, además, unos cuantos litros de ese agua potable, a falta de otra alternativa, para derramarlos en el inodoro, junto al ácido.
Con ello, y jabón en polvo, intentaba evitar que éste se convirtiese en una asquerosa letrina, peor que una pocilga, atrayendo microbios de todo tipo.
Otros, de aquellos apreciados litros, fueron destinados a verterlos en una ponchera, acompañados de jabón para vajillas y algunas gotas de cloro, que coloqué dentro del fregadero.
Esto lo hice con el fin de poder dejar en remojo los pocos platos que ensuciaba, sin necesidad de enjuagarlos, para no desperdiciar el agua, e impedir atraer una microfauna indeseable.
Procuré, durante esos días, alimentarme mediante productos que no necesitasen ser cocinados, evitando, de ese modo, que se amontonase loza sucia.
Obviamente, la ropa para lavar se me acumuló y, entre escritos y lecturas, fui haciendo lo que pude con las de tamaño pequeño, teniendo gran cuidado.
Y, cuando, el martes, al fin, volvió el suministro de agua, que hubo que dejar correr pues salía de color marrón, surgió, inesperadamente, el “otro” problema que tanto afecta la vida cotidiana de nuestra patria.
Procurando no caer en la desesperanza, intenté olvidar el asunto y me puse a escribir estas líneas, a mano, ya que, desde las 8 de la mañana, hasta las 6 de la tarde… ¡estuvimos también privados de luz!