Aída Trujillo

octubre 28, 2012

Publicaciones en el periódico El Nacional, La vida, la eterna imprevisible

26 Octubre 2012, 11:02 AM

Vivencias cotidianas de allí y aqui

La vida, la eterna imprevisible

Escrito por: Aida Trujillo Ricart (https://aidatrujillo.wordpress.com/)

La que nos ha tocado vivir, en este plano, a todos los seres humanos, es una vida imprevisible. El tiempo va pasando y uno cree tener el conocimiento de lo que ocurre, y va a ocurrir, en un lapso relativamente corto.

A veces esto acaece de tal modo que caemos en un sentimiento de monotonía y/o de insostenible tedio. Pensamos que nada nuevo va a surgir en nuestra existencia, ya sea para bien o para mal.

Y es verdad que hay épocas en las que todo parece fluir de un modo tranquilo, sin altibajos, sin novedades.

Es también una realidad que no todas las existencias son iguales. Conozco muchas personas que han llevado, y llevan, una vida que, a simple vista, es siempre la misma.

Algunas agradecen ese modo de relacionarse con su paso por la Tierra. Otras lo aborrecen, pensando que la vida se les escapó y se les sigue escapando, sin que nada excitante se produzca para ellos. Cada persona representa todo un mundo; nadie es igual ni vive los acontecimientos de la misma manera.

Por ello, estoy convencida de que es muy importante, aunque dificultoso, el no juzgar. No tenemos idea de lo que pasa por la mente de los demás.

Muchas veces ni siquiera somos conscientes de lo que desfila por la nuestra. Esa parte del cerebro al que llamamos subconsciente, es mucho más grande, incontrolable y poderoso de lo que solemos creer.

He llegado, a veces, a anhelar ese sosiego que muchos llaman aburrimiento.

A veces, a mis recién cumplidos sesenta años, miro hacia atrás y me parece mentira el haber vivido tantas cosas diferentes e intensas. Algunas inmensamente dolorosas y, otras, muy satisfactorias y agradables.

He llegado a sentir cierto cansancio, en ese sentido. “Son demasiadas vivencias…” he pronunciado en no pocas ocasiones. También, me he congratulado por haberlas experimentado y seguir con deseos de continuar.

Regresé a este, mi país natal, el pasado sábado, día 20. Tenía planeado el haberlo hecho en un plazo máximo de dos meses después de mi partida, el 23 de febrero.

Pero, tal y como escribí por entonces, aunque necesarias, las planificaciones en la vida son una mera ilusión.

¿Quién iba a decirme que mi regreso se retrasaría tanto y que, durante mi estancia en España, iban a suceder tantísimas cosas que me atañen personalmente? Nadie. Sólo Dios podía saberlo.

Tenía previsto, también el visitar muchos lugares y a muchos queridos amigos y compartir con ellos.

Habían transcurrido casi dos años y medio desde que había dejado mi segunda patria, la que abriga tantas vivencias, tantos recuerdos míos, tras cincuenta años acontecidos en su territorio.

Tristemente, cuatro de esos amigos a los que menciono, se marcharon de este mundo al yo llegar a España, sin yo haber tenido la oportunidad de darles el último adiós.

Después, un extraño virus hizo presa de mi ojo izquierdo, manteniéndome apartada de la vida “normal”.

Cuando creí haber superado mi dolencia, tuve un accidente casero, un simple resbalón en la cocina de la casa de uno de los pocos amigos que sí pude ver, que me ocasionó la fractura de una vértebra.

La consecuencia de ese daño fue que los galenos me vistieron con un rígido corsé de metal y me ordenaron reposo absoluto, advirtiéndome de una posible intervención quirúrgica.

De modo que, la mayoría de lo que pensaba hacer y disfrutar en Madrid, se quedó en el lecho que ocupé entonces, leyendo y releyendo libros y mirando, durante muchas horas, la televisión.

Esa es la vida, la imprevisible que manda sobre nosotros, aunque no seamos conscientes de ello.

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