Mi hijito querido, mi Jaime del alma,
Mi querido hijito
Hoy hace un año que decidiste “coger tus alitas” y marcharte de este mundo. Parece que no avisaste a nadie. Pero a mí, y de forma bastante violenta, sí. Hoy hace un año que, por muy poquito, no pierdo mi ojo derecho.
Tu rinconcito, con las flores que me regaló Haydée, en casa
Curiosamente, estaba pintando unas imágenes que me recordaban a ti. En mi casa de Madrid, en la puerta de entrada al aseo, había pintado unas muy similares, pero en tonos rosa. Te gustaban y me decías que, como a veces hacías tu, aquella pintura resultaba algo agresiva.
Aunque yo te lo negaba, era verdad. No se sabe bien si son plantas, si son ondas marinas o etéreas, o qué. Estas son de color morado, un color que me encanta pero que representa un “alivio de luto”. ¿Qué “casualidades” tiene la vida, verdad, mi amor?
El año pasado, en el día de esta fecha, llevaba, desde por la mañana, llamándote por teléfono pues algo me empujaba a hacerlo. No sé cómo explicarlo. Llamé, desesperadamente, en muchas ocasiones y hasta llegué a dejarte un mensaje en el contestador. Pero, desafortunadamente, ya no estabas para coger el móvil ni para escuchar mi mensaje, ni para nada…
Sentí un desasosiego y una inquietud que no podía quitarme de encima pues aquello no me pareció normal y, aunque hubiese podido haber motivos lógicos, me alarmé enormemente.
Cuando, después, me caí de un taburete bastante sólido, con un pincel en la mano, mientras estaba pintando, presentí que había ocurrido algo muy grave. Me preocupaba la posible pérdida de mi ojo, claro, pero sentía que había “algo más”.
Intenté volver a llamarte, con mi ojo tapado, pero no obtuve respuesta: yacías, sin vida, en tu cama.
Fue tu hermano Carlos el que, un par de días después, me confirmó lo que tanto temía: “Jaime se ha muerto…”
Recuerdo muy bien el alarido que emití, como una fiera herida, y que no me creía capaz de lanzar. Pero, después de un año, la frase de tu hermano sigue retumbando en mi cabeza, como si acabase de decírmela.
Te fuiste estando solito y con los brazos queriendo asir algo o a alguien, según me contó Carlos. Quiero pensar que estabas agarrándote a alguno de tus acompañantes espirituales.
Después de bastante tiempo tu hermano me mandó el informe del forense. El galeno dice que falleciste, según su criterio, el día 4 de julio de 2010. Pero yo sé que fue el día 5. La Ciencia cambia, se supera, avanza, lo que antes servía ahora no, o al contrario.
Recuerdo una época en la que la OMS llegó a decir que el aceite de oliva no era bueno para la salud. Yo, intuitivamente, me negué a aceptar aquello y seguí llevándolo a casa. Al poco tiempo, la institución rectificó aquella afirmación.
La Ciencia dice y se contradice. La Ciencia se equivoca. El corazón de una madre no.
Cuando quedé embarazada de ti, los médicos me aseguraron que tenías que nacer por cesárea. Como tu hermano Carlos, el mayor, nació así, tu también, y los demás hijos que tuviera, tenían que nacer ayudados por esa intervención quirúrgica.
Pero yo, ni corta ni perezosa, le dije a mi ginecólogo que quería que nacieses de parto natural y él, en un principio, se negó. No quería arriesgarse a que me ocurriese algo grave. Como veía que insistía, ante mi tozudez y para que le dejase en paz, asintió con una condición. Si el proceso de dilatación del parto se prolongaba excesivamente, tendría que operarme. Accedí e hicimos ese pacto.
Me pasé el resto del embarazo imaginando que, en pocas horas, nacerías de forma natural. Y así fue.
El día 2 de mayo de 1973, a la 1 de la noche, viniste al mundo. ¡Tu siempre con tus ambigüedades, hijito! Por muy poco no naciste el día anterior. Al igual que en tu muerte, unos dicen que fue el 4 y yo afirmo que fue el 5 de julio.
Cuando cumpliste los dos meses de edad, enfermaste hasta el punto de que creí perderte. Una vez más, por aquella época, la Ciencia se equivocó. Te hicieron todo tipo de pruebas pero no podían admitir que tu dolencia era una estenosis de píloro porque decían que era demasiado tarde para que se manifestase.
Y eso era lo que por poco te lleva a la tumba, siendo un bebé adorable y precioso. Al cumplir los tres meses, tu pediatra, desesperado por no entender lo que te ocurría, decidió, como último recurso, ver si cabía esa posibilidad. ¡Y era esa afección la que te estaba matando! Te operaron y, una semana más tarde, habías recuperado 100 gramos de los tantos que, en un mes, habías perdido.
Jaime Mª, un añito de edad
Mi sangre pertenece al grupo 0 negativo. Con la única excepción de tu hermana Haydée, vosotros, mis tres varones, sois Factor Rhesus positivo.
Carlos nació en el año 1970 y, por lo menos en España, todavía no existía la vacuna que protege al siguiente feto que vaya a fecundar una mujer, después de inmunizarse contra ese factor. De modo que, además de pasarme todo su embarazo, el de tu hermano, a base de pruebas para comprobar si existían anticuerpos, que no detectaron, en mi sangre, no pudieron vacunarme para salvaguardar al próximo bebé que pudiese engendrar.
De modo que, puedes imaginar que, durante el embarazo tuyo, me vigilaron aún más pues era más fácil que, al haber tenido un niño con un RH positivo, si tu lo eras también, mi cuerpo se defendería y te atacaría. ¡Nada de eso! No tuvimos, ni tu ni yo, el más mínimo problema.
Quizás la Ciencia, es casi seguro, ya haya avanzado y tenga una explicación lógica a ese asunto. Pero, por entonces, los médicos no se explicaban como había pasado dos embarazos con niños que portaban, e intercambiaban conmigo, un factor que es mortal para mí y que mi cuerpo no se hubiese protegido, destruyéndoles.
Haydée y Carlos, mis hijitos, octubre 2010, Boca Chica
Al nacer tu ya existía en España la famosa vacuna y me la pusieron. Pero fue innecesario porque, después, nació Haydée, que tiene mi mismo grupo sanguíneo y es RH negativo.
Igualmente, por prevención, me pusieron la vacuna “para el próximo, si lo había”. Ella también nació sin necesidad de que se me practicase una cesárea. No hubiese dado tiempo ni a preparar el quirófano de lo rápido que vino al mundo.
Mucho después, como sabes pues estabas esperando, nervioso, junto a tus hermanos, en los pasillos de la clínica, nació Nicolás, también de forma natural.
Día del Bautizo de Nicolás, Jaime lo tiene en sus brazos
Pero, volviendo a tus vivencias y relación con la Ciencia, cuando estabas a punto de cumplir los tres años de edad, hubo que repetirte la operación de estómago.
El médico, una eminencia de la cirugía infantil, el Dr. Monereo, que en paz descanse, me dijo que si tenías algunos problemas, motivo por el que acudí a él, era porque, en la primera intervención simplemente te habían salvado la vida. Jamás criticó a sus colegas, al contrario. Según me explicó, estabas demasiado débil y de haberte operado con más esmero, te hubieses quedado en la mesa de operaciones.
De modo que, tras una intervención de casi cuatro horas, que se me hicieron eternas, por fin te subieron a tu habitación en la clínica.
Durante aquella semana, en la que no me separé de ti ni para ir a comer, no tenías apetito, pobrecito mío, ¡tan chiquitín! Como mucho ingerías un yogur al día. Y, claro, como no “hacías de vientre”, como se dice en España, los médicos llegaron a alarmarme mucho.
Se te prohibió, durante un año, el comer verduras y frutas, con la excepción de la patata y el zumo de naranja. Había que evitar que, ese canal que habían abierto, volviese a obstruirse.
Te dieron el alta con la condición de que, si a los dos días no habías hecho caca, tenía que volver a ingresarte pues eso denotaba algo que podía ser grave.
La Ciencia te prohibió el comer verduras y frutas durante un año. Pero, tu madre, yo, preocupada por lo que me habían advertido, tomé una decisión unilateral, impulsada únicamente por mi intuición, mi instinto maternal.
Decidí prepararte un buen plato de puré de verduras pensando que, por una vez, no podría hacerte daño. Sin embargo, sí podría ayudarte a hacer tus necesidades. Si la cosa no resultaba, me dije, te llevaría de regreso al centro médico y hasta confesaría mi culpa.
Parece que te apetecía pues, aquel puré, lo comiste con avidez. Era un plato hondo, lleno hasta los bordes, y lo ingeriste por completo y, a juzgar por tu carita de expresión placentera, con mucho gusto.
No habría pasado ni media hora cuando ocurrió lo que yo pretendía. Nunca he sentido tanta alegría por tener que limpiar mierda, con perdón pero ese es su nombre, en grandes cantidades. Nuevamente mi intuición había triunfado.
Muchas cosas de este tipo me han ocurrido, lo sabes hijito, contigo y con tus hermanos.
Jaime Mª 1979
La Ciencia es algo frío, matemático. El corazón de una madre no.
Por eso hoy, que cumples tu primer aniversario fuera de este mundo, te lloro, te echo de menos, no me resigno, te quiero con mi alma…
Jaime, el día de su Primera Comunión, muy serio mi niño
Sé que estás en otro plano, sé que eres un ángel, estoy segura de ello… Pero yo, que te he parido, anhelo, como ser material que todavía soy, el poder besarte, el poder tocar tu cabello fino, coger tus manos, hablar contigo de arte, de cocina y de cualquier cosa…
Jaime Mª y el perrito Craken en el campo
Te gustaba el mar, el campo, la montaña, el skate, el snow…
JAIME Y HAYDÉE CON SUS PRIMOS RAFITA Y BÁRBARA
Pintabas y esculpías muy bien. Hacías algo que jamás me atrevería a hacer: tatuabas, y con mucho arte.
Fuiste, además, un cocinero profesional reconocido. Amabas la cocina y discutíamos sobre su elaboración, aunque a veces me pedías alguna receta, que tu te encargabas de complicar para hacerla “más moderna”.
Tengo tantas cosas que decirte que, si lo hiciese, esta carta se haría interminable. De los 57 años que tenía, cuando te me fuiste, 37 estuviste en mi vida.
Por cierto, tengo que darte las gracias por mandarme este regalo, tan preciado para mí, que es el perrito Chilling.
Chilling, tu regalo
Nicolás y Craken, tu regalo, hace unos cuantos años
Sé que fuiste tu, a través de un amigo, pocos días después de iros, primero Craken, el schnauzzer que también me regalaste, y enseguida después tu.
Tu conseguiste que tu hermanito Nicolás leyese mi libro “A la sombra de mi abuelo”. Recuerdo perfectamente la conversación que tuvimos por teléfono, y no sabes cuanto te lo agradezco, mi vida. Siempre me hiciste sentir lo orgulloso que te sentías.
¡Gracias, hijo de mi alma! ¡Nunca te olvidaré! ¡Te adoro, mi “Garbancito de la Mancha de Santo Domingo”, como te llamaba!